El trigo

Las tardes de verano como aquella se le pegaban a uno en la piel, y aunque no nos quejábamos sobre los mosquitos y la humedad, se olía la pesadez en el rostro de los habitantes de Irving. Todos estábamos pegados por el verano.

 En la casa familiar convivíamos mi madre, mi dos tíos ,Jhon y el tío menor, la abuela, a quien se le oía hablar en sueños y sermonear despierta, mi pequeño primo cojo Tim, yo y Desireé, nuestro demonio negro particular; a veces se juntaba con los otros negros del pueblo pero siempre de noche, en su ambiente, y después de haber terminado los quehaceres diarios. Nuestra abuela decía que hasta los peores animales del mundo tenían un sitio en el corazón de Dios y así Desireé tenía el suyo en nuestro establo.

 Mi padre murió antes de que yo tuviese conciencia de él y mi madre se quedó en la casa haciéndose cargo del molino harinero junto a mis tíos. Muchos vecinos envidiaban nuestra casa, pues aún hoy conserva las paredes pintadas del color del trigo, que es el color de la prosperidad en Irving. El viejo borracho Henry apostó con sus muchachos que después de la muerte de mi padre nuestra familia no lo conseguiría, pero se equivocó durante muchos años. Mi madre siempre trabajó duro, gracias mamá.

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El Troglodita

EL TROGLODITA

 En la ciudad hay una plaza y en la plaza una estatua que no es demasiado grande. Esa misma plaza alberga también un grupo de gente. Unos son importantes, otros vigilan el suelo.

Los primeros se muestran uniformados y contundentes. Además poseen una nueva adquisición que ayudará al desarrollo y mejora de nuestro país: el Troglodita. Recién llegado de África viste ropas de leopardo y esgrime uñas mal cortadas.

 El otro grupo, al cual pertenezco, más que grupo es sólo masa. Quien mejor personifica su papel de multitud es el historiador. Siempre respetuoso, procura moverse de un sitio a otro continuamente, la mirada, sumisa, baila por sus zapatos, del derecho al izquierdo pero sobre todo al derecho, por si acaso. Ser historiador ya es suficiente escarnio. Sigue leyendo

Alas de una hormiga soldado

José se levanta cansado, entiende las palabras de su padre cuando le mira y dice que ya es todo un hombre, tiene catorce años y se siente antiguo. Necesita tres horas para llegar a la escuela pública Menéndez Pelayo: media hora en conseguir algo de desayuno y dos horas y media de recorrido. Le gusta ser puntual, piensa que es importante llegar a tiempo, a su justo y merecido tiempo. Él vive junto a su padre en el barrio de “Parajes del Sol”, su casita se encuentra a 455 ms de la escuela pero José prefiere dar un rodeo y así evitar la zona de los Ramirez Contreras, unos de los narcos de Ciudad Juarez.

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Teoría del Arte

Marzo 1980

– Es la tercera vez que caliento la manzanilla
-¿Le has echado limón? – Marie se ríe-
– Lo hice la segunda vez, cariño. -Él se gira hacia ella y da la espalda al cuadro en el que estaba trabajando.
– ¿Cómo lo ves?
– Aún le falta… ¿no?
– Sí. Dáme la manzanilla.

Fuera de la mansión el invierno se apaga, el frío remite se derrite y abandona.
Dentro, él bebe del vaso con ternura. Ella decide amarle.
Después Marie, advierte la pintura de sus uñas, la barba sin arreglar y los labios azulados.
Tarde.
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NADAR

Decidí matarte por pura casualidad. Te lo prometo.
El mundo, la religión y sobre todo mi madre, me estaban asfixiando.
Necesitaba hacer algo que me estimulase un poco. Y eso nos lleva a ti y a mí a esta situación. ¿Cómoda? Yo no demasiado.
– P-por favor…
¡Cállate! Y escucha:

Mi vida cambió un miércoles aunque podía haber sido jueves o domingo. Mi angustiada madre compartía sus lloriqueos sobre el dolor de huesos, el mal tiempo y el perro medio ciego del 7C. Le tiene miedo.
En verdad su llanto daba igual, siempre era lo mismo: una constante queja sobre mi presencia en su sofá violeta.  Debía salir de ahí, y pronto. Me fije que la televisión anunciaba una crema de sol muy fluida y resistente al agua. Lo capté enseguida: Piscina. Nadar.
La idea me sedujo y refrescó al momento. Cogí un bañador de mi padre, difunto hijo de puta, una toalla suave, la muda y lo guardé en la mochila.
Escapé de esa prisión de naftalina.

Te vi en el agua y al segundo me empalmé. No nadabas bien, no destacabas entre las otras niñas, pero le ponías empeño. De haber seguido así, hubieses sido una gran nadadora o quizás enfermera.
No lo sabremos.
El calor que me abrasó al contemplarte, fundió las rejas que me mantenían cautivo. Gracias. Embutida en ese bañador de volantes rosas, te mostrabas inspiradora. El dibujo de tu bañador: perturbador; una feliz margarita anhelando la llegada de la abejita a que saborease su polen. Muchas gracias por esa imagen. Me corro mejor cada día.

Perdóname por no agradecértelo como te gustaría. Intentaré que hoy sea nuestro día especial, bonito y memorable. He comprado tres bañadores iguales, me pondré uno y te vestiré con otro a ti, el tercero lo guardo para alguien muy especial, estaremos perfectos.
No me juzgues, fui un perdedor, sí. Pero ya no.

Sé que algún día nos juntaremos en un sueño, follaremos hasta perder el conocimiento y al despertar me deleitaré con tu perdón. Porque lo harás, me perdonarás. Y por eso estoy feliz, tanto que he apuntado a mi madre a la piscina, será bueno para sus huesos. Me siento espléndido, le he comprado un bañador. Que sepa que la quiero. Os quiero.

¡Joder princesa! Definitivamente nadar me esta ayudando mucho.

ESENCIA

 Marta Sandoval: desde hace dos días deambulas en el tercer piso, portal siete de la calle Mayor.

Cuando llegaste, el polvo cubría gran parte del armario del salón, y el olor que envolvía la vivienda conjuntaba con el tono rancio de tu piel.

Los compañeros no te tratan bien. No lo hacen. Como si no estuvieses presente, no te miran, tampoco te hablan y tú te conformas con evitarles desde el rincón, aquel de ahí, el de la butaca marrón.

Ves como Martín bebe y no agua. Pero sí transparente, cristalino a través de sus ojos observas todas las lágrimas… Y la granadina para conjuntar, rojo en algunos labios, en la nariz, en los ojos, vomitado … Mancha, pero a veces lo podías limpiar.

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